Finalmente, sucedió. Sentí muchas ganas de escribir. Estaba tan inspirada que no quería ni respirar por miedo a perderlo todo. Decidí empezar por lo que me estaba pasando, por mi aquí y ahora. Descubrí que no sabía por donde hacerlo. No me preocupe y seguí. Mis dedos comenzaron a moverse, uno a uno, hasta que el movimiento se hizo constante y regular. Me puse contenta, hacía tiempo que no me sentía así. Hacía tiempo que no escribía. Hacía tiempo que no estaba tan contenta. Estaba bien conmigo, y eso estaba, ¿bien?
Un día nublado que con el correr de las horas se convirtió en lluvioso. Era una lluvia linda, de la que te moja, de la que de a poco te empapa. Si no hubiese tenido nada que hacer, sí hubiese sido una persona más despreocupada o al menos no tan preocupada, me hubiese gustado salir a caminar de la mano con alguien. Sin pensar ni siquiera un instante en lo que debía estar haciendo en realidad. Simplemente, disfrutando del momento, compartiendo algo tan sencillo y perfecto, como una lluvia, con una persona. La persona no hubiese tenido cualidades extraordinarias, hubiese sido de carne y hueso o simplemente de pura imaginación. Un material muy interesante, y poco utilizado por la arquitectura moderna.
A mi criterio, uno de los más asombrosos, el único sin límites, sin barreras. El único capaz de recrear exactamente lo que quiero, con lujo de detalles. Pero, repito, uno de los menos utilizados.
Me levanté temprano. Tardé en despabilarme. Después de un rato, me dí cuenta de que me encontraba en una encrucijada. Si me quedaba tapada tenía calor y sí salía tenía frío.
La ventana estaba abierta, y el viento de otra mañana de invierno soplaba levemente. Dí vueltas. Seguí haciéndolo. Hasta que entendí que las vueltas no me iban a servir de nada. Me paré. Caminé hasta el baño y abrí la canilla. Me gusta bañarme de mañana, siento que empiezo el día de otra forma. Siempre pertenecí a la categoría de personas que “se bañan por la mañana”, también existen las que “se bañan por la noche” (que suelen dormirse con el pelo mojado y despertarse con un peinado distinto todos los días, muy originales) y desde ya, hay una tercer categoría que es la de personas que “directamente no se bañan” (muy fáciles de detectar).
Mientras me bañaba intenté, como todas las mañanas y como en las películas, cantar algo y ser realmente buena pero, como todas las mañanas y a diferencia de en las películas, no me salió. Igual no me desanimé, en el fondo, lo sabía. La clave está en no dejar de intentarlo, quien me dice un día de estos me levanto y descubro que soy mejor que Ella Fitzgerald.
Desayuné. Una chocolatada (hecha con las mañas que cada uno va adquiriendo a medida que crece) en vaso, no en taza, acompañada por dos tostadas de pan lactal con queso blanco y mermelada de frutilla. Detalles, puros detalles. Al fin y al cabo, son los detalles los que hacen la diferencia.
Me vestí. No me detuve demasiado en mi atuendo. Agarré a las apuradas lo primero que encontré. De a poco el tiempo me empezó a jugar en contra. Sentí que afuera iba a hacer frío entonces me abrigué.
En la calle, la gente camina siempre mirando al frente, un punto fijo, inexistente.
En la calle, la gente camina siempre con una misma cara. Una mezcla de seriedad, importancia y despreocupación a la vez, un individualismo generalizado. Cuando una persona decide romper con lo cotidiano y sonríe, a la gente se le cae el mundo.
Nadie lo entiende, todos lo miran. En qué está pensando para hacer una cosa así, cómo va a sonreír, cómo incluso se atreve a no llevar la cara mientras camina por la calle. Lo gracioso es que, sin darse cuenta, en ese momento cada uno de los que lo observaron cambió instantáneamente su cara por una de desconcierto mezclada con indignación.
Es asombroso como un individuo sonriente llama más la atención que un robo, un choque o una pelea callejera.
Me subí al colectivo y pasé para el fondo. De camino observé varias cosas, que seguramente me sorprendieron más de lo normal por el horario. Se desocupó un asiento, no lo dudé y me senté. Me tocó al final con el motor que me quemaba las piernas. Miré por la ventana todo y nada hasta que finalmente llegué a destino.
lunes, 11 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Qué lindo texto.
Todos los detalles, me imagine muchos colores y situaciones en mi cabeza, y mi mania con la chocolatada.
Y la sonrisa de payaso en el colectivo.
Besito =)
Publicar un comentario