domingo, 31 de agosto de 2008

Tarde, siempre es tarde, para mi

Cuando encontré papel, perdí las ideas.
Cuando llegué al video, me olvide que películas quería ver.
Cuando entendí en que idioma hablabas, ya era tarde.

lunes, 25 de agosto de 2008

El, Yo, Nosotros.

Arrancó una flor y me la regaló.
Me puso contenta.
Sonreí.
Lo miré detenidamente.
Mantuvo su mirada en la mía.
Me inhibió.
La bajé.
Se rió de mí.
Se rió conmigo.
Nos quisimos.
Nos reímos.
Tal vez, nos besamos.
Nos quisimos.
Me agarró la mano.
Caminamos.
Desaparecimos.
Volvimos a querernos y nos fuimos.

Los desamores de Joaquín

Se sentía mal. Sentía que una vez más todo había sido culpa suya. Una vez más había perdido por no arriesgarse a ganar. Por no encontrar motivos suficientes para hacerlo, cuando en realidad los motivos estaban a la vista de cualquiera que estuviera dispuesto a ver.
Estaba demasiado triste como para llorar. Estaba enojado consigo mismo, quería cambiar y no podía. Tenía ganas de decir un montón de cosas, pero que para variar tampoco podía. Decir lo que quería, implicaba dar por sentado todas las cosas que no había dicho antes.
Lo querían, lo esperaban, se cansaban y nuevamente se quedaba solo. Se quedaba como no quería estar. Hacía tiempo que estaba decidido a encontrar lo que buscaba, quería una compañera. Quería no estar solo, poder contar con alguien más allá de un amigo. Quería ocupar todos los espacios que estaban vacíos por su culpa.
El miedo a enfrentarse a diferentes situaciones no lo dejaba ver con claridad. Por supuesto que se había dado cuenta de cómo eran las cosas. Desde ya, que le molestaba pero obviamente era otra de las cosas que no estaba dispuesto a admitirse.
La historia volvió a repetirse, y una vez más, Joaquín la dejó olvidarse de él.

jueves, 21 de agosto de 2008

Un recuerdo pasajero

La primera vez que lo vi lo noté tan distante, tan lejano que pensé en conquistarlo sólo para probarme que podía hacerlo. Quizás físicamente no me había sentido atraída, pero su actitud me había intrigado lo suficiente como para detenerme en sus movimientos.
Me había tratado con tanta indiferencia. Le había importado tan poco que yo estuviera ahí y que fuera una total desconocida, que parte de mi se sintió desafiada.
Con el tiempo las cosas cambiaron, sin querer empezamos a conocernos. Dejé de lado mis planes de conquista. Era, en realidad, una persona totalmente distinta a lo que yo había imaginado: atento, no tan observador y de un humor muy particular, muy suyo.
Nos llevábamos muy bien, nos entendíamos fácilmente, cosa que uno no siempre logra con cualquiera. Podíamos vernos ocho veces en una semana, así y todo seguíamos teniendo temas de conversación. Cuando él aprendía algo nuevo me lo enseñaba, y cuando yo lo hacía se lo enseñaba a él.
Estábamos contentos de conocernos.
Nos queríamos mucho. Me valoraba y yo lo valoraba a él.
No éramos más que dos personas que habían encontrado con quien compartir sus realidades y eso, en ese entonces, nos bastaba.

martes, 19 de agosto de 2008

Un señor

Tenía el poder de intimidar al mundo con una sola mirada.
Pensaba en lo simple que era encontrar la locura en lo anormal.
Pensaba en lo difícil que era encontrar la cordura en lo cotidiano.
Deseaba todavía existir el día que el mundo se detuviera.
Deseaba hablar y ser escuchado.
No se acostumbraba a nada, no se lo permitía.
Su capacidad de asombro era incomparable.
Para él, el tiempo no existía era tan sólo un invento humano para sentir que todo estaba bajo control o simplemente para vender relojes.
Así y todo, nunca perdía el tiempo, siempre lo ganaba.
No creía en las individualidades, creía en las parejas.
Sin embargo, no conocía el amor.
Pocas veces se aburría.
Cuando lo hacía le gustaba encontrar atractivo en las cosas que no lo tenían.
Pese a todo, estaba como quería, como él quería.

lunes, 18 de agosto de 2008

La pequeña perfección

Acordaron lugar y horario. A las cinco de la tarde se encontraron en el jardín botánico. Hacía una semana que buscaban un espacio para verse. Sus tiempos libres raras veces coincidían. Eran dos personas ocupadas. Dos eslabones activos de la sociedad.
Cuando estaban juntos se convertían en una sola persona, pero una mil veces más feliz que cualquier otra. No daban nada por sentado, ni siquiera el amor que se tenían. Cada encuentro, por más fugaz que fuera, era una buena oportunidad para alimentarlo y hacerlo crecer.
Buscaban enamorarse todos los días. No perdían la gracia, ni la capacidad de asombro. Es por esto que cada encuentro era diferente, y eso los hacía más especiales. Todo era, para ellos, perfecto. Vivían su vida como querían y así, la disfrutaban.
Él era un hombre simple, no le gustaban las complicaciones. Tenía treinta y tres años pero fácilmente podía hacerse pasar por alguien de veinticinco. Era alto, morocho y de tez blanca. Un grande aniñado, pero únicamente con las cosas buenas que ese término pueda tener.
Ella, una mujer muy elegante. De carácter fuerte, alta y flaca, era imposible que entrara a un lugar sin ser vista. Siempre lograba lo que quería, nada estaba para ella fuera de su alcance. Una persona de espíritu libre, independiente, a quien le gustaba ser cuidada, siempre y cuando, ella siguiera poniendo las reglas.

viernes, 15 de agosto de 2008

La mujer que un día se hizo ficus

Una mañana amanecío con ganas de echar raíces. Fue entonces cuando empezó a dejar de ser persona para empezar a ser árbol.
Poco a poco, fue cambiando de color. Un vivido verde se apoderó de su piel e inundó lentamente todo su cuerpo, parte por parte. En donde antes había manos, ahora había hojas. Sus piernas ya no eran dos, eran parte de un gran tronco marrón cuya función era mantener la copa alta, bien alta.
El rocío que la acariciaba todas las mañanas, era para ella como una ducha de agua tibia. El viento cumplía el rol de secador, muy despacio y con paciencia, iba secando sus hojas con la ayuda del sol.
Sí alguna vez había sido bajita, ya era parte del pasado. Desde que era este hermoso árbol, no paraba de crecer. Su objetivo era llegar alto. Tan alto como para poder tocar el cielo con las manos.
En ese momento, en el que su objetivo se aclaró, se arrepentío de todo.
Siendo árbol ya no tenía manos, por ende, nunca iba a poder lograrlo completamente.

jueves, 14 de agosto de 2008

Pedro y Helena

Ella era una persona impulsiva.
Él un pensador.
Ella tenía una sola regla, no tener reglas.
Él no podía vivir sin ellas.
Se conocieron en una plaza de Rosario, en primavera.
Ella estaba tirada en el pasto, escuchando música, totalmente despreocupada.
Él cumplía con su horario de almuerzo al aire libre. Mientras se acercaba el tenedor a la boca con una mano, con la otra terminaba de hacer cálculos y cuentas sobre un papel.
Ella lo observaba fijamente y cada vez que sentía que él la iba a mirar cambiaba muy rápido la vista de lugar.
Después de unos minutos, Helena y Pedro, jugaban a cruzar miradas sin conocerse.
Sonreían y se divertían como dos adolescentes.
A Pedro se le hacía tarde para volver al trabajo.
Para Helena no existían las responsabilidades.
Pedro se fue, y horas después se arrepintió de no haberle preguntado siquiera el nombre.
Helena se quedó dormida y soñó con todo lo que le hubiese gustado compartir con aquel muchacho.

miércoles, 13 de agosto de 2008

Paranoia

Hombre.
Sonrisa.
Odio.
Muerte.
Grito.
Llanto.
Ojos.
Árbol.
Viento.
Noche.
Silencio.
Oscuro.
Sombra.
Miedo.
Corrí lo más rápido que pude. Hasta que me cansé. Hasta que me sentí agotada. A medida que más fuerte lo hice más libre de culpas me encontré. Necesité olvidarme de todo. Fingí que nada había sucedido.
No hice nada malo, sólo lo que sentí, pero así y todo no estaba conforme. Me detuve cuando no pude más. Por un instante creí que mis piernas seguían corriendo pese a que yo ya no lo hacía.
Escuché como mi respiración comenzaba a normalizarse, poco a poco, lentamente.
Era una noche oscura y no era ni el lugar ni la hora indicada para transitar esas calles. Seguí corriendo sin mirar hacia atrás. Quise borrar esa sensación de vacío que me inundó el pecho.
Intenté visualizar toda la situación en mi cabeza y uno a uno eliminé todos los detalles, de raíz.
Me asusté, mucho.

martes, 12 de agosto de 2008

Quizás

Teníamos una charla pendiente y los dos estábamos al tanto de eso. Estaba nervioso, inconcientemente, se negaba a escucharme. No paraba de hablar en ningún momento.
Buscaba llenar todos los espacios para no dejarme ocupar ninguno. Quise decirle un montón de cosas pero, no dije nada. Entendí que no hacía falta, él sabía más de lo que yo pensaba.
Hablábamos sin comunicarnos. Nos contestábamos por inercia, por completar el silencio que cerraba cada una de las incoherencias que pronunciábamos sin pensar.
Éramos dos, y en algún momento eso estuvo bien.
Pasamos de compartirlo todo a no compartir nada. Yo estaba cansada. No pretendía mucho.
Buscaba compañía.
Buscaba alguien con quien poder hablar libremente.
Buscaba reírme sin tener que darle explicaciones a nadie.
Quizás, simplemente, lo buscaba a él.

lunes, 11 de agosto de 2008

Un relato cotidiano

Finalmente, sucedió. Sentí muchas ganas de escribir. Estaba tan inspirada que no quería ni respirar por miedo a perderlo todo. Decidí empezar por lo que me estaba pasando, por mi aquí y ahora. Descubrí que no sabía por donde hacerlo. No me preocupe y seguí. Mis dedos comenzaron a moverse, uno a uno, hasta que el movimiento se hizo constante y regular. Me puse contenta, hacía tiempo que no me sentía así. Hacía tiempo que no escribía. Hacía tiempo que no estaba tan contenta. Estaba bien conmigo, y eso estaba, ¿bien?
Un día nublado que con el correr de las horas se convirtió en lluvioso. Era una lluvia linda, de la que te moja, de la que de a poco te empapa. Si no hubiese tenido nada que hacer, sí hubiese sido una persona más despreocupada o al menos no tan preocupada, me hubiese gustado salir a caminar de la mano con alguien. Sin pensar ni siquiera un instante en lo que debía estar haciendo en realidad. Simplemente, disfrutando del momento, compartiendo algo tan sencillo y perfecto, como una lluvia, con una persona. La persona no hubiese tenido cualidades extraordinarias, hubiese sido de carne y hueso o simplemente de pura imaginación. Un material muy interesante, y poco utilizado por la arquitectura moderna.
A mi criterio, uno de los más asombrosos, el único sin límites, sin barreras. El único capaz de recrear exactamente lo que quiero, con lujo de detalles. Pero, repito, uno de los menos utilizados.
Me levanté temprano. Tardé en despabilarme. Después de un rato, me dí cuenta de que me encontraba en una encrucijada. Si me quedaba tapada tenía calor y sí salía tenía frío.
La ventana estaba abierta, y el viento de otra mañana de invierno soplaba levemente. Dí vueltas. Seguí haciéndolo. Hasta que entendí que las vueltas no me iban a servir de nada. Me paré. Caminé hasta el baño y abrí la canilla. Me gusta bañarme de mañana, siento que empiezo el día de otra forma. Siempre pertenecí a la categoría de personas que “se bañan por la mañana”, también existen las que “se bañan por la noche” (que suelen dormirse con el pelo mojado y despertarse con un peinado distinto todos los días, muy originales) y desde ya, hay una tercer categoría que es la de personas que “directamente no se bañan” (muy fáciles de detectar).
Mientras me bañaba intenté, como todas las mañanas y como en las películas, cantar algo y ser realmente buena pero, como todas las mañanas y a diferencia de en las películas, no me salió. Igual no me desanimé, en el fondo, lo sabía. La clave está en no dejar de intentarlo, quien me dice un día de estos me levanto y descubro que soy mejor que Ella Fitzgerald.
Desayuné. Una chocolatada (hecha con las mañas que cada uno va adquiriendo a medida que crece) en vaso, no en taza, acompañada por dos tostadas de pan lactal con queso blanco y mermelada de frutilla. Detalles, puros detalles. Al fin y al cabo, son los detalles los que hacen la diferencia.
Me vestí. No me detuve demasiado en mi atuendo. Agarré a las apuradas lo primero que encontré. De a poco el tiempo me empezó a jugar en contra. Sentí que afuera iba a hacer frío entonces me abrigué.
En la calle, la gente camina siempre mirando al frente, un punto fijo, inexistente.
En la calle, la gente camina siempre con una misma cara. Una mezcla de seriedad, importancia y despreocupación a la vez, un individualismo generalizado. Cuando una persona decide romper con lo cotidiano y sonríe, a la gente se le cae el mundo.
Nadie lo entiende, todos lo miran. En qué está pensando para hacer una cosa así, cómo va a sonreír, cómo incluso se atreve a no llevar la cara mientras camina por la calle. Lo gracioso es que, sin darse cuenta, en ese momento cada uno de los que lo observaron cambió instantáneamente su cara por una de desconcierto mezclada con indignación.
Es asombroso como un individuo sonriente llama más la atención que un robo, un choque o una pelea callejera.
Me subí al colectivo y pasé para el fondo. De camino observé varias cosas, que seguramente me sorprendieron más de lo normal por el horario. Se desocupó un asiento, no lo dudé y me senté. Me tocó al final con el motor que me quemaba las piernas. Miré por la ventana todo y nada hasta que finalmente llegué a destino.