lunes, 18 de agosto de 2008

La pequeña perfección

Acordaron lugar y horario. A las cinco de la tarde se encontraron en el jardín botánico. Hacía una semana que buscaban un espacio para verse. Sus tiempos libres raras veces coincidían. Eran dos personas ocupadas. Dos eslabones activos de la sociedad.
Cuando estaban juntos se convertían en una sola persona, pero una mil veces más feliz que cualquier otra. No daban nada por sentado, ni siquiera el amor que se tenían. Cada encuentro, por más fugaz que fuera, era una buena oportunidad para alimentarlo y hacerlo crecer.
Buscaban enamorarse todos los días. No perdían la gracia, ni la capacidad de asombro. Es por esto que cada encuentro era diferente, y eso los hacía más especiales. Todo era, para ellos, perfecto. Vivían su vida como querían y así, la disfrutaban.
Él era un hombre simple, no le gustaban las complicaciones. Tenía treinta y tres años pero fácilmente podía hacerse pasar por alguien de veinticinco. Era alto, morocho y de tez blanca. Un grande aniñado, pero únicamente con las cosas buenas que ese término pueda tener.
Ella, una mujer muy elegante. De carácter fuerte, alta y flaca, era imposible que entrara a un lugar sin ser vista. Siempre lograba lo que quería, nada estaba para ella fuera de su alcance. Una persona de espíritu libre, independiente, a quien le gustaba ser cuidada, siempre y cuando, ella siguiera poniendo las reglas.

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