Ella era una persona impulsiva.
Él un pensador.
Ella tenía una sola regla, no tener reglas.
Él no podía vivir sin ellas.
Se conocieron en una plaza de Rosario, en primavera.
Ella estaba tirada en el pasto, escuchando música, totalmente despreocupada.
Él cumplía con su horario de almuerzo al aire libre. Mientras se acercaba el tenedor a la boca con una mano, con la otra terminaba de hacer cálculos y cuentas sobre un papel.
Ella lo observaba fijamente y cada vez que sentía que él la iba a mirar cambiaba muy rápido la vista de lugar.
Después de unos minutos, Helena y Pedro, jugaban a cruzar miradas sin conocerse.
Sonreían y se divertían como dos adolescentes.
A Pedro se le hacía tarde para volver al trabajo.
Para Helena no existían las responsabilidades.
Pedro se fue, y horas después se arrepintió de no haberle preguntado siquiera el nombre.
Helena se quedó dormida y soñó con todo lo que le hubiese gustado compartir con aquel muchacho.
jueves, 14 de agosto de 2008
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1 comentario:
este me gusta mucho! (mas ahora que charlamos lo del final abierto)
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