Una mañana amanecío con ganas de echar raíces. Fue entonces cuando empezó a dejar de ser persona para empezar a ser árbol.
Poco a poco, fue cambiando de color. Un vivido verde se apoderó de su piel e inundó lentamente todo su cuerpo, parte por parte. En donde antes había manos, ahora había hojas. Sus piernas ya no eran dos, eran parte de un gran tronco marrón cuya función era mantener la copa alta, bien alta.
El rocío que la acariciaba todas las mañanas, era para ella como una ducha de agua tibia. El viento cumplía el rol de secador, muy despacio y con paciencia, iba secando sus hojas con la ayuda del sol.
Sí alguna vez había sido bajita, ya era parte del pasado. Desde que era este hermoso árbol, no paraba de crecer. Su objetivo era llegar alto. Tan alto como para poder tocar el cielo con las manos.
En ese momento, en el que su objetivo se aclaró, se arrepentío de todo.
Siendo árbol ya no tenía manos, por ende, nunca iba a poder lograrlo completamente.
viernes, 15 de agosto de 2008
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